Ese mínimo aire

Este artículo lo escribí para la revista Luke hace años.
La foto la hice recientemente. Está, como siempre, a vuestra dispo :-)
Besos.

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En su libro “El guitarrista”, Luis Landero nos ofrece una descripción del escritor que nos remite a una reflexión ineludible: “Un escritor es alguien que posee el don del asombro y sabe transmitirlo a los demás”. Ni más ni menos.

El don del asombro. Asombro puro –todavía- ante los casos, las cosas y los gestos que remiramos a diario porque nuestros ojos, al parecer, no fueron entrenados para esquivar lo obvio. El pasmo creador ante lo cotidiano. Asombro ante el mismo cuadro horripilante con su espantoso marco que el cerebro no registra ya de puro visto. Asombro ante el plumero, la naranja, la aspiradora y el asiento de esa silla un poco combado por el peso de tantos descansos. Asombro ante el butanero con su malísimo chiste diario y ante la vecina con su historia reiterada y sus rulos con redecilla. Asombro. Asombro ante la mesa de trabajo, tan pulida que los sueños se marchan patinando sobre ella hacia cualquier sitio o ante la flor de la acera asediada por una jauría urbana de zapatos.

Al escritor en general y, especialmente, al poeta se le exige, pues, hundir su jeringuilla vacía en la médula de lo prosaico, de lo sórdido (un gesto vacío, un objeto gastado ya por el manoseo de tantas pupilas) sacarla llena de significados nuevos y ofrecerla a los demás. Tomad y comed todos de él, como un pan sagrado. El escritor es un héroe, pues. Un héroe con el dedo extendido. Él se levanta y señala y todos le siguen. El escritor despega la costra que dejó sobre las cosas nuestra mala costumbre de mirar demasiado e invita a descubrirlas de nuevo con el entusiasmo de un espectador novel. Pasen y vean. La realidad distinta.

Así, cuando Alberti nos habla de “ese mínimo aire” que se comprime entre dos bocas justo antes del beso, los que aceptamos su propuesta de mirar de otra forma no sólo saboreamos ya el monótono beso cotidiano. Descubrimos que el aire, por muy mínimo que sea, tiene también el sabor, siempre asombrado, de la poesía.