La tristeza de la noche
nunca me llega de ningún vagón oscuro,
no depende del recuerdo de algo que no hice,
de algo que no espera a ser nada.
No llega, la tristeza, del dolor que se hace hilo
en torno del adjetivo preciso,
no llega de las manos doloridas,
o de los párpados agotados, sin fuerza para convencerme
de que ya no estoy despierta.
La tristeza de la noche no me sube de los tobillos
-como muchos creerían-
ni me baja de la frente hasta la angustia.
La tristeza de la noche
muestra un perfil claro que se dibuja sin aristas,
estoy triste porque me ha asaltado la luna sin permiso,
porque me cerca un río de poemas que no puedo ceñir
con la palabra,
porque mi solicitud puede ofrecer caricias, pero no abrazos,
porque se me ha escapado un recuerdo que confié
a la memoria,
porque las lámparas no me obedecen al primer intento,
porque hay más oscuridad que gritos para amordazarla,
porque los tambores de guerra tensan sus telas
en los sembrados,
porque los hombres creen que aman y sólo alucinan su fe
en la biología.
No sé. Quizás sólo esté triste
porque la soledad no me duele tanto como quisiera,
porque mi sangre, tan apática, no viaja si no la empujo,
porque nunca veré París y lo sé
y las certezas, antes temidas, ya no me acobardan.
De "Quedan los pájaros".
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