Dejaré los sueños en su mundo de plumas
para enfilar mi proa hacia este amanecer líquido
que me florece en los cristales.
Al alba el mundo reinterpreta
la alzada primera del telón, en el día inaugural,
cuando los astros parieron con dolor la luz bostezante y arrugada,
cuando la canción de la piedra latía
con el brío de los comienzos y los volcanes.
De mi pecho brotan, inéditos, los almendros
sometidos a la alegría radical del agua.
La lluvia tiene el don de licuar las gemas y los espacios,
de suavizar la verticalidad de los aguijones,
de entonar la orden exacta que espera la semilla.
Llueve, al fin.
Hoy la paz abandonó las banderas y los púlpitos
para filtrarse desde la matriz de las nubes
y el viento no puede
-aunque lo intente-
despeinarme el corazón.
De "Obituario de horas"
No hay comentarios:
Publicar un comentario