La Eternidad

La inspiración del poeta es un duende animoso que está a la que salta. El poeta se sienta como si nada, dispuesto a beberse la tarde como un vino dulce y llega ella y le pone el alma y el escritorio patas arriba. Algo así me ocurrió en este caso: andaba yo trasteando en la red a la busca de algo que no recuerdo cuando, de pronto, me apareció esta diosa ciega y olvidada que en otro tiempo extandió su dominio sobre hombres y tierras durante siglos. Esta maravilla se llama Wadjet, es la Diosa Cobra que, dicen, protegía a Alejandro Magno de enemigos y malos sueños, a él y a otros muchos personajes célebres y poderosos del pasado. Mirando esta estatuilla, sin pedirme permiso ni nada, la musa Erato, amiga de poetas y alucinados, revoloteando cerca de mi oído, me susurró no sé qué sobre la fragilidad del hombre, sobre la futilidad de la carne, sobre la permanencia, injusta quizás, de los objetos inanimados que viven para siempre, o, en todo caso, mucho más que sus dueños. Un asunto éste que a otro invidente, el maestro Borges , obsesionaba y con razón: de Alejandro Magno y su imperio no queda más vestigio que la estela que los historiadores labraron en papel o piedra. Pero su talismán, su estatuilla ciega que le acompañó en tantas batallas permanece hoy, mirándonos sin vernos (¿o sí nos ve?) con sus ojos vacíos, burlándose de nuestra soberbia, nuestros humos altaneros de pobres mortales, que se creen dueños del tinglado y poco menos que eternos.

Esta es la historia, y éste es el poema, que luego pasó a formar parte de mi tercer libro "Obituario de horas". Espero que os guste.

Mírame,

tú sí puedes hacerlo.

Contra los anillos sagrados de mi pecho

se ha ido estrellando, uno a uno,

el cristal de cada siglo.

Mis cuencas, ahora vacías,

vieron balbucear la raíz de la Historia.

Sí, ese soy yo:

el espectro que vive

en las pesadillas de Cronos,

el miedo que hace temblar el corazón altivo

de los relojes,

la necrópolis donde se pudren

los huesos calcinados del tiempo.

Mírame,

tú tienes, sí, dos ojos, el don y la palabra.

Pero yo tengo, prendida,

enroscada,

entre las elipses de mi cola

la Eternidad.

La imagen la tomé de aquí. Los destellos luminosos se los añadí yo. Besos a todos.

......

Ops, me piden que explique, y yo explico :-) la "voz" que habla en este poema es la de la serpiente, por supuesto, no la mía. Ella, desde su eternidad, se burla de nosotros que la miramos con ojos reales, ojos reales pero que no son más que carne de cementerio (jó qué tétrica me he puesto ;-)) mientras ella sigue "viva" por los siglos de los siglos. Nosotros pasaremos, y ella quedará. Espero que ahora se entienda mejor. Besitos