La mariposa de Van Gogh

Entró por una rendija de la ventana como el espíritu ascendente del día muerto. Tenía ese color inaudito que sólo adornan a los objetos que se sueñan. Él la miró espantándose la fiebre de las pupilas. Los ojos rotos de delirio. Creyó que no la veía, que era una más de esas alucinaciones que le violentaban las sienes, empapadas de tabaco y absenta. Pero pronto comprendió que de la esquizofrenia nunca brotan milagros con alas.

“Quise pintarla” escribió a su hermano. “Pero hubiera tenido que matarla… y no puedo matar a un ser tan bello”.

La compasión dejó la vida intacta, pero asesinó de golpe la inspiración que hubiera eternizado una existencia tan efímera. El lugar que en los museos no ocupa hoy el lienzo jamás pintado es otro tributo más de Vincent a la belleza. A la belleza despedida por la noche, que cargaba sobre la espalda el espíritu de un día muerto.

En una de sus cartas a su hermano Theo, el genial pintor holandés Vincent Van Gogh narra una pequeña anécdota: una noche, una hermosa mariposa nocturna entró por la ventana. El artista sintió unos deseos irrefrenables de pintarla pero el animalillo, obviamente, no se quedaba quieto. Vincent le cuenta a su hermano que prefirió dejarla vivir, antes que matarla para conseguir la inmovilidad necesaria en el modelo. De esta historia simple y bella nació esta pequeña reflexión que hoy os traigo y que escribí hace ya años, para la revista cultural Espacio Luke.
La ilustración también es de mi cosecha. Es acuarela y tinta, espero que os guste :-)
Un besazo a todos.