Fue en una zapatería,
hace apenas unos meses,
una niña me miraba.
El escenario y los rostros cambian,
pero la mirada es siempre la misma,
el mismo ingenuo estupor
repetido en mil ojos distintos.
Desde el refugio que le ofrecían
los brazos de su madre,
la niña me observaba, boquiabierta,
con el pasmo alucinado de las gacelas
cuando ven por primera vez el fuego.
Una silla de ruedas debe ser un artilugio demasiado
infame
para caber con holgura en una mente infantil.
Cuatro ruedas son muchas ruedas
para una cabecita que concibe la vida
como un espacio para el gozo.
Llevo veintidós años cargando con la mirada de esa niña
y aún no me acostumbro a perdonar la inocencia.
La sorpresa es redonda, redonda como una rueda,
redonda como los ojos de un niño
cuando me mira.
De "Quedan los pájaros"
.
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