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pero indicad, por favor, el lugar de procedencia. Gracias a todos por ser, gracias a todos por estar.


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15 mayo 2009

Al cruzar la calle


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Un hombre trabajado por el tiempo,
(…)
puede sentir de pronto, al cruzar la calle,
una misteriosa felicidad
que no viene del lado de la esperanza
sino de una antigua inocencia,
de su propia raíz o de un dios disperso.
Sabe que no debe mirarla de cerca,
porque hay razones más terribles que tigres
que le demostrarán su obligación
de ser un desdichado,
pero humildemente recibe
esa felicidad, esa ráfaga.
(…)
J. L. Borges

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De un sol veterano, una tarde cualquiera,
al cruzar la calle,
me llegó, de pronto, un sabor cálido y añejo.
Un sabor que era saber,
las huellas todavía frescas en la piel de la memoria
de un tiempo en que fui feliz creyendo que no lo era.
De un tiempo en que fui inocente y sabia.
El sabor duró un segundo, y se evaporó
como el fuego fatuo de cualquier instante.
Ahora lo sé todo.
La felicidad no hunde su raíz en la posesión, en las manos,
en el pecho resignado o la cruz aceptada y bendecida.
No, la felicidad es tener un planeta propio girando
en torno al corazón,
un mundo tan cercano que lo sentimos combatir en la sangre,
y que, sin embargo, no es, no está, aunque lo parezca.
Una historia inventada, pero más real que esta rutina
gris y macilenta –cuando no terrible o verduga-
que me rodea y me palpa con sus dedos angulosos.
Me llamo Ana y una vez fui feliz. Lo confieso.
Me inventé un dios, lo adorné de gracias y palabras,
le atribuí la cualidad necesaria para sentirme limpia
a su lado y después extendí su presencia hacia todo
(le colgué de las hojas afiladas de los pinos,
le descubrí temblando entre las brumas mañaneras,
le acaricié en la plasticidad sedosa del agua,
le reconocí, al instante, en cada ínfimo milagro
humilde y cotidiano).
Y con esta única arma, pequeña y cósmica,
me enfrenté al mundo, al dolor
y a mí misma.
Y vencí. Durante unos años, vencí.
Me bastó un dios recreado para encontrar sentido
en el absurdo. El universo se colmó de significado
porque yo creé al arquitecto que lo hizo. La Razón última
de cada miligramo de estrella.
Pero el tiempo volvió amargo el saber,
el dios propio se transmutó en un tirano concebido
por algún delirio ajeno, la madurez
es un hacha afilada que corta por lo sano la imaginación
bienhechora, engendradora maternal de alegrías.
Se me ensuciaron las aves, las agujas de los pinos,
el agua, los milagros…
Y me quedé sola, enfrentando una multitud que mira,
me quedé sola ante mí misma, ante los astros y los demás,
ante los hechos consumados, ante las fantasías consumidas
y el destino inapelable.
Me quedé a oscuras, con un modesto deseo:
recuperar algún día, al cruzar la calle,
en cualquier segundo perdido,
un sorbo, una gota
de aquella adolescente felicidad
que era toda
esperanza.

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8 comentarios:

aapayés dijo...

La esperanza transitoria de la vida.. en el camino que apenas comenzamos a andar..

hermoso

saludos fraternos
un abrazo inmenso con mucho cariño

que pases un buen fin de semana

Ana Márquez dijo...

Gracias, amigo Adolfo, lo mismo te deseo. Un abrazo muy fuerte.

pepe montero dijo...

Qué cosas dices, qué cosas haces, que calles cruzas, que lustre en tus ilustraciones.
Qué gran verdad, esa de ser feliz creyendo no serlo. Esta tarde creí estar jodido trabajanto, pero ahora descubro que estaba con-tento.

Buen autosondeo.

MORGANA dijo...

TE QUIERO.MJ

Antonio dijo...

Has expuesto con singular belleza el sentido de mis propias reflexiones sobre la creencia en dios y la inocencia que conlleva. Enfrentarnos al mundo a cuerpo descubierto es de gran valentía, de gran tormento y ansiedad por encontrar la verdad que hay en nuestro interior y que se conjuga con las circunstancias del entorno. Cuando crees no tienes que pensar por ti mismo, ya hay otros que te lo dan masticado y comido, te lo suministran por vía venosa mediante un suero que te anclan a la vena de la creencia y te evita en proceso de pensar, de la duda, de la interrogación, de la desesperanza y de la ilusión... en suma te niegan o te niegas el derecho a la soledad para entender mejor las cosas por tí mismo...

Un abrazo maestra de la vida

Anónimo dijo...

Me llamo Pepa y una vez fui infeliz porque me obstiné y me obstiné en esperar a ser feliz para ser completamente feliz. Ahora sigo un tratamiento de desintoxicación de aquella obstinación que de vez en cuando remite.
Un enorme beso, ágata linda.

dianastrocyte dijo...

Me gustó el texto, mucho.
Otra cosa que me hace pensar -,-
Y, también me gustó mucho el diseño que le acabas de meter a tu blog, no sé si sea nuevo, pero ten en cuenta que no venía hace rato...

¿Cuántas veces no hacemos eso?
Hasta en este momento yo lo estoy haciendo.

Ana Márquez dijo...

Muchísimas gracias a todos, amigos, una gozada teneros y que me tengáis también.

Pepilla, alguien dijo q la felicidad es como la niebla, podemos verla sólo cuando no estamos en su centro. Un besazo enorme a todos y mil gracias.

Dianita, el el fondo tiene pocos días. Te enlazo, guapa.

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